Este profesor hizo comentarios sexistas y despreciativos sobre las mujeres en clase, en la vida pública y en general:
"Nosotras, las mujeres, van a desperdiciar su educación criando bebés." "En las ciencias políticas, las mujeres no tienen futuro. No creo en absoluto en las mujeres en el gobierno."
"..Ahora bien, si el jefe de policía judicial hubiera sido una mujer, se habría sentado a llorar; ¿por qué razón? (y una buena razón) no hay mujeres en el Tribunal Supremo"
"Cualquier marido que esté tan loco como para escuchar lo que su mujer dice sobre política se merece todo lo que le pase."
Le dije que sus observaciones eran, al principio, irritantes y después, progresivamente más ofensivas. Le dije que algunas mujeres de la clase se sentían intimidadas y despreciadas. La cuestión es que, si este hombre conseguía bajarme la moral a mí, que recibía toda clase de reforzamientos positivos de profesoras y amigas feministas, con toda seguridad le ocurriría lo mismo a otras alumnas.
Una vez más, el problema radica en la desigualdad de poder. En una situación así, es difícil que las alumnas tengan fuerza para protestar, puesto que el profesor tiene el poder de calificar en sus manos. En los casos antes aludidos del segundo ciclo universitario, el profesor controla las evaluaciones y recomendaciones críticas que afectan al desarrollo de la carrera de la mujer.
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